Primero saque ficha [Priv Markus]

Por fin había terminado su turno. Tampoco había tenido muchos pacientes en la consulta, pero prefería comer o dormir. En cuanto terminó su turno, soltó un gran bostezo, y se echó en la silla. Todavía quedaba un poco para que terminase el turno de Akira, y que, como muchas veces hacía, darle una visita. Ciertamente, su consulta no era ahora el mejor ejemplo de orden, que digamos. Era más bien... un espectáculo caótico. Había montones de carpetas encima del escritorio, y unas cuantas en el suelo.
-Será mejor que ponga algo de orden... supongo-después de decir eso, se agachó, y se metió debajo del escritorio, donde había unas carpetas tiradas. En ese momento, escuchó a su compañero entrar -Ah, Aki-- -fue lo único que dijo, antes de que se golpeara con el escritorio que tenía encima, y muchas carpetas se cayeran al suelo. No le había ni dado tiempo a pronunciar el nombre de su amigo. Con una patada suave, consiguió mover la silla que estaba delante del escritorio. El factor de las ruedas era algo ventajoso también. Salió con cuidado, intentando no pisar ninguna carpeta, y luego las recogió, haciéndolas montañas de nuevo en el escritorio, pero al menos no había más carpetas en el suelo. Le entró un escalofrío al ver más carpetas en la silla del paciente. Vio con una mirada cansada a Akira.
-¿Más...?-se llevó una mano a la cabeza. Estar de guardia por la noche no era lo más agradable del mundo que digamos. No había habido muchos casos en urgencias, y no había participado en ninguno. Tampoco había tenido muchos pacientes esta mañana. Además, se notaba algo destemplado, como si en algún momento fuese a coger fiebre o resfriarse, y su tez pálida alertaba a cualquiera. No se cuidaba mucho de todos modos, más bien se ignoraba a sí mismo, como si su salud no fuese de su propia incumbencia. Su amigo sabía perfectamente eso. Quizás fuese el porqué de sus continuas visitas.
Con algo de esfuerzo, y una mirada cansada, se levantó de la silla, y cogió una carpeta de expedientes, metiéndolos en un cajón de manera aleatoria. No prestaba mucha atención a lo que hacía, y en poco tiempo, se quedó con una carpeta en la mano, ensimismado, con la mente en blanco.

El sentir el zape de su amigo lo revivió de cierta manero, y vio como este arreglaba un poco su escritorio. Eso hizo que su mente descansara algo, pero lo de las acosadoras no le hizo gracia en absoluto. Era molesto que todas las enfermeras te miraran, y más que te acosaran en sí. Esto hizo que se llevase una mano a la cabeza. La palmada de su compañero en la espalda hizo que espabilara más, y miró cansado a su amigo. Al escuchar lo de la comida y el gato, sentimientos contradictorios surgían en él.
-¿Comida de gato...? -se concentra un poco y se corrige- Perdón, ya estoy. Sí, iré a comer... -fijó un poco más la mirada en Akira- el gato no es culpable de nada -lo decía con tanta seriedad que parecía que se lo había tomado a pecho, pero en verdad sabía que era una broma del amigo, o eso esperaba. Se levantó de la silla, y tras salir de la consulta, cerró la puerta con llave, y se iba a desperezar, cuando vio a dos enfermeras al otro lado del pasillo. No estaba de humor para encararlas, así que agachó un poco la cabeza, intentando ocultar algo su presencia. Estuvo así hasta que llegaron al comedor, y vio aquello como el paraíso al que había llegado después de morir. Se puso en la cola, y en vez de coger solo una bandeja, cogió dos, y se las llevó a la mesa que había encontrado libre. Era pollo. Era bueno, punto. Sin ni siquiera esperar a su amigo, empezó a comer como muerto de hambre.

Markus no tomaba muy en cuenta el sarcasmo de su amigo, menos ahora, pues estaba concentrado en su comida. Al escuchar los planes que quería llevar a cabo Ishida, paró solo un momento de comer.
-Quizás pueda enseñarte a cocinar comida china... tampoco es difícil -no era difícil para él, al menos. Las otras ideas también llamaron la atención del pelinegro, sobre todo la de beber -hace tiempo que no bebemos, la verdad. Estaría bien ir... -después de decir aquellas palabras, retomó su tarea de vaciar las bandejas de comida, pero cuando se llevó un trozo de pollo a la boca, dos enfermeras interrumpieron su descanso, cometiendo un grave error. El rato de la comida era sagrado para Markus; cualquiera que lo interrumpiera, podía tener por seguro que este le guardaría resentimiento. Podía perdonar muchas cosas, pero que el rato de la comida fuese interrumpido... el perdón llegaría tarde, o al menos, la conciencia del hombre llegaría tarde a esa conclusión.
-Etto, doctor...-dijo una de las chicas con voz tímida.Incluso antes de darse la vuelta, el ambiente ya se había vuelto muy pesado, y a pesar de no ser visible, se podía notar el enfado de este. El de cabello negro se giró lentamente en la banca donde estaba sentado, quedando frente a aquellas dos enfermeras, las cuales no querrían saber el lado "oscuro" de Markus.
-¿Sí? -dijo con una sonrisa muy forzada. Las chicas ni se dieron cuenta de este detalle.
-Aquí tiene el resultado de la analítica del paciente -la de la izquierda se la tendió al doctor, esperando a que este la coja. Markus no era de las personas que daban golpes directos, pero sí que, cegado por el enfado, podía llegar a dar golpes bajos.
-¿No dije que eso me lo dejaran en la mesa? -se levantó del sitio- dudo que se le hayan olvidado lo que le dije. ¿O acaso lo ignoraron?-intentaba sonar lo más suave que pudiese, pero las palabras eran otra cosa. Sería adecuado decir que las adecuaba para que aquellas personas entendieran lo que él decía. Las chicas tartamudeaban ante el doctor -P-Pero... -el doctor afiló su mirada -¿Pero? -se habían equivocado al hacer lo que habían hecho, y ahora lo estaban pagando en cierta medida.

Las enfermeras se encontraban... ¿temblando de miedo? No podría describirlo de otra forma, pues él de malas pulgas era... ¿terrorífico? Ni él mismo lo sabía. Solo estaba claro una cosa: le habían interrumpido su sagrada hora de la comida, y además, solo por papeleo. ¡Papeleo! Era una analítica, en concreto, pero ahora mismo no podía atenderlo, tenía que conseguir fuerzas, o se desmayaría. A decir verdad... Estaba algo mareado. Ya había comido, pero aun así estaba mareado, lo que normalmente resultaba ser lo contrario: al comer, recuperaba fuerzas al instante, como un elixir mágico o algo parecido, pero ahora... no le llegaban fuerzas.
El pelinegro comenzaría a arramblar en poco, pero su amigo consiguió evitar que la calamidad arrasase a aquellas dos criaturas que solo hacían su trabajo, aunque también en parte era solo para acosarlo. Todos sus sentidos se concentraron en la palabra flan. ¿Había escuchado bien? ¡¿Ese flan?! ¿¡El que solo traían milagrosamente uno o dos días a la semana?! A pesar de no ser religioso, Markus bendijo el trabajar en el hospital.
Sin siquiera prestarle atención a las otras palabras de su amigo, ni de las enfermeras, apresuró su paso a la cola, con su bandeja, y la cocinera, conociendo su apetito de monstruo, le dio dos preciosos flanes, a los cuales el chico puso un inusual rostro de niño, el cual había recibido un gran regalo.
Sin prestar atención a su alrededor, se vuelve a sentar en su sitio, percatándose que los papeles se encontraban en la mesa, y que aquellas dos muchachas habían abandonado el lugar. Qué alivio...
En el sitio, empieza a darle un vistazo a la analítica -Akira, toma el flan extra. Sé que te encantan, y que tu mujer no puede prepararlo adecuadamente, así que tómalo -después de decir esto, vuelve a la tarea, mientras da unas cucharadas al flan. El pelinegro dejó repentinamente la cuchara en la bandeja, y se llevó la mano a la cabeza, apoyando el codo en la mesa. Parecía que pronto alcanzaría el límite...
Sus ojos se abrieron de par en par al ver los resultados de la analítica. Conteo sanguíneo, factores coagulantes, electrolitos, y funciones del hígado y del riñón... anormales. Incorrectos. ¿Cómo no se había dado cuenta de eso? Espera... ¿no era la chica que había visto esta mañana andando en los pasillos? No, no podía andar en los pasillos, tenía que estar en completo y absoluto reposo, no podía estar campando como Pedro por su casa. ¿¡No habían dicho que solo era un resfriado!? Pies hinchados, dolor de cabeza, náuseas... Todo eran típicos síntomas; quizás por eso  no le habían prestado atención. ¡Pero incluso había hablado con la paciente! Él no llevaba el caso, pero ayudó al doctor a cargo.
Dicha paciente se quejaba de lo antes dichos, y además, la vista nublada, y el malestar al despertarse. Su superior lo había dado como algo común, pero él sabía que era algo más.
-Toxemia... -aquella palabra salió con dificultad de sus labios, pues le causaba pavor. Esto provocaba riesgo tanto en el bebé como en la madre, e incluso podía llegar a muerte si no tenía un buen tratamiento. ¿Habría empezado con convulsiones? ¿Era su culpa por no haber unido cabos antes? Se lo mencionó al especialista, su superior, pero éste le había dicho rotundas veces que no. Era su culpa, su culpa...
Las fuerzas lo abandonaron, y cayó encima de la mesa como hoja de papel, siendo un golpe seco contra la superficie. Estaba claro que la falta de sueño, mala alimentación, y por lo que creía él mismo, un posible resfriado: su frente estaba más caliente de lo normal, y la fatiga lo invadía, y el disgusto por la paciente fue como la última bomba para desencadenar el efecto dominó. Sus ojos se mantenían levemente abiertos, pero ahora a él le daba todo ciertas vueltas.

Aunque no fuese el sitio más adecuado para echarse, aquella mesa de cafetería le parecía el lugar más cómodo del mundo, donde echar una cabezadita, dejar que su mente desconectase de todo, y dormirse, pero no debía, tenía que atender a la paciente, antes de que hiciese cualquier locura... aunque ahora ni pensaba en eso. Su vista estaba desenfocada, y veía todo como formas de colores, sin ninguna consistencia.
Sintió como alguien lo examinaba, pero le molestaba las templadas manos del contrario, que contrastaban con su piel ardiendo. Con sus ojos entreabiertos, observaba todo pasar, pero a la vez no; las voces que escuchaba eran opacas, y formaban una mezcla de sonidos incomprensibles, pero aun así, con la poca consciencia que tenía en esos momentos, sintió como era levantado, y poco a poco, avanzaban, aunque más bien era arrastrado, pues él, difícilmente, podía unos meros pasos.
En los pasillos, el hombre que había ido a urgencias retornaba con una camilla, donde apresuradamente, junto con la ayuda de los otros dos que cargaban al enfermo, lo colocaron en la camilla, siendo transportado a una sala donde se encontraban varios pacientes, siendo todos separados por unas cortinas.
Todo aquel movimiento lo que hizo fue causarle náuseas, y casi vomita en el transcurso hasta la sala, siendo un pequeño milagro el que no lo hubiera hecho. Ya todo le parecía sumamente confuso, y entre los mareos, la fiebre, y el cansancio, acabó por dormirse.
Pasado un tiempo, sus ojos volvieron a abrirse lentamente, observando su alrededor con parsimonia. Todavía todo se veía borroso, pero las formas poseían algo más de consistencia. Su alta temperatura no había bajado en lo más mínimo, pero esas náuseas había disminuido.
El pelinegro no se movió en absoluto, pues no había recuperado casi fuerza; tenía una aguja inyectada en la zona un poco más arriba de la muñeca, por donde pasaba suero, aunque él solo notaba que era un líquido frío.
-Frío... -fue lo único que dijo con un hilo de voz, acompañado de leves temblores.