● The Legends Never Dies ● | Priv. Ai
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● The Legends Never Dies ●
•I'm helpless like a child lost in the dark•
● Flashback ●
Destruí todo lo que estaba a mi alrededor, toda mi vida...
Así que lo único que me queda es ese deseo.
Destruí todo lo que estaba a mi alrededor, toda mi vida...
Así que lo único que me queda es ese deseo.
Estaba seguro de ello, no había vuelta atrás, no cambiaría su ideal, aunque su hermano terminaría por quererle. Había sido el culpable de todo y tenía que pagar por ello y lo haría, si eso suponía la felicidad de todos, si eso suponía la felicidad de su hermano, entonces lo haría sin dudarlo, sin miramientos. No tenía otro deseo que ese, sobrepondría ese deseo a los demás por el bien de su hermano. Sus pasos resonaron con extrema calma por los pasillos de Pandora y aunque sus pensamientos eran oscuros y melancólicos, nada cambiaba la amable sonrisa que seguía constantemente en sus labios, mostrando así algo que cualquiera quisiera ver: Un noble de buen corazón y con una cortés sonrisa. Aun así, a Vincent no le interesaba la gente, no le importaba ver morir a inocentes, pues eran esos mismos seres inocentes que cien años atrás no dejaban escapar una ocasión para tirarle con piedras con la escusa de que su ojo rojo llevaría la desgracia. ¿Realmente era culpa suya? ¡No! ¡¡NO!! No era su culpa, no lo era y aun así... tras tanto vivir no podía dejar de pensar que todo lo sucedido fue solo por su culpa y su ojo carmín. El tragedia de Sabrie, que Gilber pusiera ese rostro tan lleno de odio, que Glen muriera, todo había sido su culpa aunque intentara ocultarlo. Le habían manipulado, utilizado vilmente, metiendo en juego la vida de la única persona que realmente le importaba sin miramiento alguno, como si él realmente no fuera un ser humano, como si él y su hermano no tuvieran sentimientos, como si fueran una aberración. Suspiró, estaba acostumbrado a esos tratos, demasiado —¿Escuchaste? ¡Al parecer Xerxes Break tiene una hija!— El Nightray desvió la mirada hacia un par de hombres que hablaban a un lado de los pasillos de Pandora y con dificultad aguantó la inapropiada risa que iba a escapar de sus labios. ¡¿Una hija?! ¿Ese maldito sombrerero tenía una hija? Eso tenía que ser digno de ver. —¿Xerxes Break? ¿Estás seguro?— Preguntó el otro, entonces Vincent ralentizó sus pasos, únicamente para poder escuchar de que hablaban esos dos. —¡Sí, sí! Hay una niña que se le parece muchísimo deambulando por Pandora— Con que una niña que se le parecía mucho.
Aquella información fue algo completamente inesperado, que sin duda alguna le causó gracia, aun cuando nada de sus maliciosas intenciones se dejó ver y únicamente permaneció con aquella expresión calmada tan propia de él. ¿Qué podría hacer para molestar un rato a ese sombrerero odioso? El odio que se profanaban era compartido, así que, no había motivo por el cual pensar mucho en las acciones que haría. Xerxes Break le odiaba y Vincent Nightray también, aun cuando ambos tenían varias cosas en común, como las personas que conocían, más allá, eran dos personalidades totalmente diferentes que no se entendían sin importar que pasara. Levantó su mano ocultando un bostezo a la par que seguía caminando. No había nada que hacer en ese lugar, tampoco estaba Gilbert en las cercanías, solo era una pérdida de tiempo y por ello, había llegado a la conclusión que era mejor volver a la mansión Nightray, al menos, allí de una u otra forma encontraría la forma de pasar el tiempo, aunque signifique encerrarse en su habitación y desmembrar muñecos de peluche. Aun así, la cuestión de que el sombrerero tuviera una hija aun le carcomía y no podía dejar de pensar, que seguramente utilizándola, podría hacer que ese sombrerero hiciera lo que él quería, aunque sea borrar los recuerdos de Alice con los poderes de Mad Hatter. Haría cualquier cosa para poder hacer que el pasado se olvide, para que Gilbert no tuviera que recordar, para que los demás no lo sepan. ¿Por qué no vivir en la ignorancia? Era todo mucho más fácil y solo él debería de cargar con las memorias pasadas. Era un niño maldito ¿Qué mas daba?. Bostezó una vez más, volviendo a ocultar sus labios con el gesto de la mano y una vez pasado, entrecerró sus ojos a la par que seguía adelante. Pero no sirvió por mucho más, lentamente y sin su consentimiento, sus ojos se fueron entrecerrando y sus pasos balanceando hasta el punto de caer allí, en medio del pasillo, totalmente dormido bajo los efectos de su propia cadena, quién, por enésima vez salió de su control y utilizó su poder sobre su propio contratista. La suerte no parecía sonreír mucho para él aquél día, cuando Echo, sin poder evitarlo estaba llevando a cabo "ciertos asuntos".
Aunque cientos de años pasaran, las leyendas nunca mueren.
Siguen presentes, torturándote, encerrándote en la oscuridad.
Siguen presentes, torturándote, encerrándote en la oscuridad.
Vincent Nightray- Dueño del ojo del infortunio
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Re: ● The Legends Never Dies ● | Priv. Ai
The Legends Never Dies
The sweet memories, too.
•Soundtrack•
El ajetreo se respiraba en el ambiente. Gritos, estruendo, montículos de informes desparramados por el suelo, disculpas, y sobretodo pasos, muchos pasos. La pequeña y simpática Ai los contemplaba, sentada en la mesa del escritorio de Reim Lunettes, balanceando las piernas con una sonrisa divertida dibujada en sus facciones. Los ocupados hombres parecían cómplices de algún extraño juego, bailarines esquivándose con maestría, marionetas danzando al compás de una fuerza mayor, víctimas de una maquiavélica diversión. El supuesto canguro que le habían asignado formaba parte del grupo más torpe de la espontánea y alborotada coreografía que Ai Ashenbert había diseñado en sus pensamientos. Su mirada carmesí brillaba con picardía y malicia, buscando un hueco, un resquicio por el cual colarse y provocar una reacción en cadena. Luka le había enseñado la ley del efecto mariposa y estaba deseando ponerla a prueba.
¿En qué momento el sombrerero había acoplado a su hija en aquel circo de barullos? En medio del revuelto, habían tardado dos horas en darse cuenta de la presencia de la pequeña... Y es que con lo diminuta que era, no fueron conscientes que los montículos ordenados eran embrollados por unas inocentes manitas que solo buscaban atención. Sí, habrían terminado mucho antes el trabajo si la albina no estuviera incordiando y metiendo las narices en sus asuntos. ¿Pero cómo decirle a una niñita que no podía formar parte de lo que a sus ojos era un variopinto juego? Además temían la ira de su padre... O más bien de su madre, quien se encargaría de torturarlos si no aceptaban cuidar de la menor. ¿Chantaje? ¿Dónde? Así pues, Ai había recibido una misión importante, supervisar. Y ya lo creo que era un papel menester, ya que si no observaba primero, no tendría ni idea de como molestar y divertirse. Aún si causaba problemas no se disculparía, jamás pensaría que obraba mal... ¡Iría en contra de sus principios! Entrecerró su mirada escarlata, acechando cual cazador a su presa. ¡Ya! De un brinco sus pies tocaron el suelo y corrió hasta colarse entre dos angustiados empleados. Sucedió todo tan rápido que Ai apenas pudo disfrutar de la catástrofe desatada. Poco a poco, uno a uno, cada trabajador cayó al suelo junto a sus correspondientes papeleos. La simpática criatura hizo una reverencia, se dibujó una sonrisa de oreja a oreja, se despidió y salió corriendo por los pasillos de la organización.—¡Nos vemos! ¡Ai se va a jugar!
No escapaba, solo realizaba una retirada práctica. ¡Qué inteligente era! Por supuesto, si el que hubiera salido cual alma llevada por el demonio fuera otro ser, la albina lo tacharía de cobarde y le retiraría la palabra por el resto de su vida. ¿Egocentrismo? ¿Dónde? Jugó a sortear personas uniformadas, algunas veces con éxito, otras fracasando y desparramando más hojas escritas con pulcra caligrafía por los pasillos. Si perdía en su propio reto, tan solo dejaba escapar una risilla y se repetía que las reglas del juego permitían que los derribara de vez en cuando. Obviamente, estas normas cambiaban a su antojo, justo como sus opiniones y rutas de huida. ¿La estarían buscando? Seguramente no, estarían demasiado alterados y ocupados... ¡Pero esa idea era inconcebible en su estrambótico y estrafalario mundo! Ai era muy importante, única entre aquella muchedumbre mediocre, debían ir en pos de ella porque la veneraban y adoraban, aquella niña era la mejor... absolutamente en todo.
En su alocada mente, miles de posibilidades para malgastar la tarde se esbozaban a mano alzada... Mas justo cuando torció hacia la derecha, se lo encontró. Un cuerpo. Frenó en seco ante aquel bulto, formando una impecable "o" en sus labios y acercándose muy despacito al ser no identificado. Se acuclilló junto a él, ladeando el rostro con curiosidad, desconcierto y asombro. Rebuscó entre los pliegues de su abriguito hasta dar con el palo que había recogido en los pulcros jardines de Pandora por la mañana temprano, y sin pudor ni pena alguna, pinchó al extraño con su herramienta una y otra vez, casi como si fuera algún animal salvaje que pudiera contagiarle alguna enfermedad si lo tocaba.—¡Oye! ¡Ai te está mirando! ¿No deberías decirme que quieres jugar conmigo?—Frunció el ceño con desilusión, aquel señor era muy extraño... ¡No reaccionaba! ¿Estaba dormido?—¿No dormiste por la noche? El gran papá de Ai a veces tampoco, pero da igual, porque el papá de Ai es muy muy muy mayor y puede hacerlo. ¿Tienes un caramelo para Ai? ¡Quiero un caramelo!—Acercó su rostro mucho al del bello durmiente, clavando sus orbes carmesís en el rostro del joven y dejando que sus cabellos albinos le acariciaran las mejillas.—¿Es algún juego? ¡Ai quiere jugar también!—Cruzó los brazos, demandante.
¿En qué momento el sombrerero había acoplado a su hija en aquel circo de barullos? En medio del revuelto, habían tardado dos horas en darse cuenta de la presencia de la pequeña... Y es que con lo diminuta que era, no fueron conscientes que los montículos ordenados eran embrollados por unas inocentes manitas que solo buscaban atención. Sí, habrían terminado mucho antes el trabajo si la albina no estuviera incordiando y metiendo las narices en sus asuntos. ¿Pero cómo decirle a una niñita que no podía formar parte de lo que a sus ojos era un variopinto juego? Además temían la ira de su padre... O más bien de su madre, quien se encargaría de torturarlos si no aceptaban cuidar de la menor. ¿Chantaje? ¿Dónde? Así pues, Ai había recibido una misión importante, supervisar. Y ya lo creo que era un papel menester, ya que si no observaba primero, no tendría ni idea de como molestar y divertirse. Aún si causaba problemas no se disculparía, jamás pensaría que obraba mal... ¡Iría en contra de sus principios! Entrecerró su mirada escarlata, acechando cual cazador a su presa. ¡Ya! De un brinco sus pies tocaron el suelo y corrió hasta colarse entre dos angustiados empleados. Sucedió todo tan rápido que Ai apenas pudo disfrutar de la catástrofe desatada. Poco a poco, uno a uno, cada trabajador cayó al suelo junto a sus correspondientes papeleos. La simpática criatura hizo una reverencia, se dibujó una sonrisa de oreja a oreja, se despidió y salió corriendo por los pasillos de la organización.—¡Nos vemos! ¡Ai se va a jugar!
No escapaba, solo realizaba una retirada práctica. ¡Qué inteligente era! Por supuesto, si el que hubiera salido cual alma llevada por el demonio fuera otro ser, la albina lo tacharía de cobarde y le retiraría la palabra por el resto de su vida. ¿Egocentrismo? ¿Dónde? Jugó a sortear personas uniformadas, algunas veces con éxito, otras fracasando y desparramando más hojas escritas con pulcra caligrafía por los pasillos. Si perdía en su propio reto, tan solo dejaba escapar una risilla y se repetía que las reglas del juego permitían que los derribara de vez en cuando. Obviamente, estas normas cambiaban a su antojo, justo como sus opiniones y rutas de huida. ¿La estarían buscando? Seguramente no, estarían demasiado alterados y ocupados... ¡Pero esa idea era inconcebible en su estrambótico y estrafalario mundo! Ai era muy importante, única entre aquella muchedumbre mediocre, debían ir en pos de ella porque la veneraban y adoraban, aquella niña era la mejor... absolutamente en todo.
En su alocada mente, miles de posibilidades para malgastar la tarde se esbozaban a mano alzada... Mas justo cuando torció hacia la derecha, se lo encontró. Un cuerpo. Frenó en seco ante aquel bulto, formando una impecable "o" en sus labios y acercándose muy despacito al ser no identificado. Se acuclilló junto a él, ladeando el rostro con curiosidad, desconcierto y asombro. Rebuscó entre los pliegues de su abriguito hasta dar con el palo que había recogido en los pulcros jardines de Pandora por la mañana temprano, y sin pudor ni pena alguna, pinchó al extraño con su herramienta una y otra vez, casi como si fuera algún animal salvaje que pudiera contagiarle alguna enfermedad si lo tocaba.—¡Oye! ¡Ai te está mirando! ¿No deberías decirme que quieres jugar conmigo?—Frunció el ceño con desilusión, aquel señor era muy extraño... ¡No reaccionaba! ¿Estaba dormido?—¿No dormiste por la noche? El gran papá de Ai a veces tampoco, pero da igual, porque el papá de Ai es muy muy muy mayor y puede hacerlo. ¿Tienes un caramelo para Ai? ¡Quiero un caramelo!—Acercó su rostro mucho al del bello durmiente, clavando sus orbes carmesís en el rostro del joven y dejando que sus cabellos albinos le acariciaran las mejillas.—¿Es algún juego? ¡Ai quiere jugar también!—Cruzó los brazos, demandante.
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